Sergio Soto

Sobre “Debut y despedida” de Martin Bonnefont y algunos comentarios sobre Galería Animita

Uno de los espacios independientes más interesantes y activos en Santiago se llama Galería Animita. El proyecto fundado por Loreto Vargas, Bastian Pino, Sergio Santana y Darío Phillipi, recién egresados, surge con la intención de habilitar un lugar que les permita a artistas “jóvenes” ensayar técnicas y mecanismos de exhibición en territorios visibles y así explorar estratégicamente las dinámicas de comportamiento del ecosistema artístico local.

Este primer año, Animita ha albergado el trabajo de Santiago Vio Cifuentes, Alexia Macarena, Alonso Bello y Martín Bonnefont. Estos proyectos ya son suficientes como para identificar o interpretar la curaduría del espacio y al mismo tiempo especular sobre un estado generacional de la producción artística visual; sus intereses, sus pretensiones, entre otras características.

A grandes rasgos, en estas exposiciones, se puede identificar el interés constante por fenómenos que sólo pueden ser interceptados en el devenir de “lo cotidiano”. Es decir, no atienden directamente a la cotidianeidad, sino a todo aquello (objetos o memorias) que se refugian en entre medio de nuestros desplazamientos de rutina.

Este grupo de artistas comparte una característica muy específica, todos viven atentos a lo que los rodea. Buscan la belleza en todas partes, sea en un paisaje abandonado de periferias marginalizadas, o en zonas industriales rodeadas de desechos, hasta incluso el paisaje higienizado de los centros de poder. Esta fijación les ha permitido recolectar, fragmentar o proponer una serie de relaciones materiales y simbólicas que luego, en la galería son reconstruidas como dispositivos (obras) cargados de relatos y memorias que en general destacan por su irrelevancia.

Lo “cotidiano” en este contexto, más allá de referir a lo anecdótico o a lo doméstico, aparece para acusar su carga política. En otras palabras, reitera que nuestra forma de vida está determinada por la clase, raza, género, y sobre todo por la geografía.

En línea con lo anterior, la última exposición de esta temporada “Debut y despedida” de Martín Bonnefont en Galería Animita, recapitula varios de los asuntos que he mencionado. La exposición nos presenta 4 obras (1 instalación y 3 conjuntos escultóricos) que el artista postuló a distintos concursos de arte en Chile los últimos dos años. Como un ejercicio de autocrítica, el artista dispone tanto las obras seleccionadas como aquellas que tuvieron menos suerte. Da cuenta de la arbitrariedad de los criterios de selección de las instituciones culturales tanto públicas como privadas. Así mismo, evidencia los parámetros a los que un artista debe someterse si su voluntad es participar del sistema artístico local y que finalmente terminan por condicionar el hecho artístico desde formatos, materialidades, lenguajes y temáticas.

Una pregunta tonta, ¿qué, quién o quiénes son los encargados de regular, cuestionar y/o salvaguardar los parámetros de gusto en el arte en Chile? 

A pesar de esta postura crítica y quizás un dejo de desidia, “Debut y despedida” de Martin Bonnefont se presenta, sobre todo, como una muestra de arte, donde intenta abordar de manera sensible una interpretación autoral en torno a fenómenos muy complejos como por ejemplo el imaginario de lo popular. Obras como “Popeyes” y “Bien portado”, a través del uso de técnicas y materialidades tradicionales de la escultura como el modelado en yeso y la fundición en bronce. Nos presenta una forma de abordar la relación inestable entre signo, significante y significado producto de la deriva de la cultura y las transformaciones de sus interpretaciones. No son muchas las generaciones las cuales su vida ha sido acompañada por productos industriales, que en vez de ser lo que su utilidad les demanda, aprovechan la fragilidad del lenguaje para habitar nuevos contextos, interceptar memorias y condicionar afectos. Voy a repetirlo porque me parece una buena idea, la obra de Bonnefont nos presenta una forma de abordar la relación inestable entre signo, significante y significado.

Por otro lado, “Traje: La eterna promesa” y “Latas” incluso antes de reconocer sus características materiales específicas, se presentan como objetos-íconos impregnados de imaginarios y relatos provenientes de la cultura popular local. Por lo mismo, es imposible enfrentarse a estas obras sin asignarles una serie de cualidades ya preconcebidas por el inconsciente colectivo. Por un lado, las latas aplastadas que usualmente son la imagen del desecho o la evidencia de carencias civilizatorias (para mucha gente, por lo bajo, una prueba de actividades poco decorosas, por no decir vulgares), al ser replicadas con bronce, se convierten en mercancía y objeto de valor. Van del rechazo a la seducción. Esta espléndida operación escultórica logra ipso facto desconcentrarnos moralmente. El dinero lo cambia todo, dicen.

El traje intervenido con cera, asume la rigidez y forma de un cuerpo humano. Esta obra adquiere una cualidad fantasmagórica. No tanto por la ausencia de extremidades, cabeza, brazos o piernas, sino por la presencia de sujetos desconocidos, pero con quienes sin duda nos hemos familiarizado. Un caballero de esos antiguos. A pesar de que sólo veamos una indumentaria sin cuerpo, tendremos la certeza de saber a quién le pertenece esa ropa y a quién no. Un ejercicio platónico, no necesariamente material.

Para finalizar, entre otras cosas para celebrar o discutir, “Debut y despedida” confirma una sospecha que siempre ronda en el sistema del arte contemporáneo. Y es que los espacios importan, más que por su infraestructura, importan por su disposición, compromiso y voluntad de diálogo, así también por la precisión con la que establecen alianzas con la vida de los artistas y con ello, el reconocimiento de su trabajo artístico. Quizás es tiempo de acordar que la colaboración es más que una serie de transacciones amistosas para resolver necesidades individuales, o más que una forma de camuflar la falta de retribución entre pares, y en vez, imaginar la colaboración como un escenario que se defina por la horizontalidad de las relaciones que lo habiten. Y si se trata de una colaboración artística, un escenario para imaginar nuevos alcances de lo sensible en la vida cotidiana.